Upskirt: Quién está debajo de la falda

Está llegando la primavera, ¡es hora de exhibirse! ¿Ya se prepararon para el cambio de estación, cerdillas? Estamos seguros de que nuestros chiquillos no pueden esperar para verlas pasear por las calles con sus deliciosos vestidos cortos y ajustados. ¡Pero tengan cuidado! El ojo de algún bromista podría ir más allá de los límites de lo que se puede mirar.

Hablamos de los fetichistas de las faldas y blusas y de la tendencia a desplazar los límites de la mirada donde el sol no llega: bajo las minifaldas y dentro de los escotes provocativos.

Si el término “downblouse” indica el vicio de perderse en la observación de los escotes femeninos, si el escote lo permite, el “upskirt” es la tendencia gemela a mirar debajo de las faldas de las mujeres y tomar fotos no autorizadas de estas vistas apetecibles.

Tal vez sea superfluo señalar que se trata de un fetichismo totalmente contemporáneo y que la difusión de los teléfonos inteligentes ha contribuido a transformar el fenómeno en una especie de perversión masiva.

El supermercado, la verdulería y en general la estantería baja de los puntos de venta,

Las escaleras mecánicas de los centros comerciales y las proverbiales rejas del asfalto para la descarga de la ventilación de la que fue víctima Marylin, son los lugares preferidos de los upskirters, los mirones hipertecnológicos que comparten sus fotos en la red y la fantasía de arrastrarse por donde no podrían hacerlo.

El upskirt empezó a ser un asunto real hacia 1960, cuando la revolución en el vestuario llevó a la difusión de la minifalda, pero un ilustre precursor histórico que gusta a los aficionados al género es Jean-Honoré Fragonard, pintor francés de la época rococó, que pintó en 1767 una atrevida escena de upskirting. El cuadro se llama The Swing – El columpio y representa un triángulo amoroso: un anciano empuja el columpio sobre el que se balancea su joven amante y, escondido entre los setos, un ardiente pavo real disfruta de la escena de las ropas ondeantes de la niña. Los voyeurs eran imperdonables para la alta sociedad, pero la falda era una fantasía extremadamente popular entre la gente; basta pensar en el can-can, la danza que apasionó y despertó la libido de muchos hombres del siglo XIX.

Hoy en día, el upskirting es ilegal en muchos países del mundo: en cuanto al stalking, se han formulado leyes ad hoc que penalizan el delito incluso con penas de prisión; es evidente que el hecho de que los paparazzi de las estrellas se hayan concedido a sí mismos esta afectación voyeurista ha contribuido a la agravación de las penas. En otros lugares, todavía no existe una legislación clara, pero la práctica puede ser considerada como un delito general de acoso sexual.

Muchos lo hacen con la esperanza de que la mujer no lleve ropa interior, pero el upskirting está motivado y reforzado con otro gran fetichismo masculino: la ropa interior.

Te retamos a que encuentres a un hombre que no encuentre excitante la ropa interior femenina, incluso la más simple. Casi todos los hombres comparten la suposición de que la ropa interior femenina tiene algo intrínsecamente provocativo y, si se usa, puede revolucionar la cabeza. Muchos hombres la prefieren usada y algunas mujeres lo han convertido en un negocio.

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